Las campanas doblan por mis botas...
En homenaje al padre de Jesús García Cordero, zapatero que hizo por primera vez las APACHE en España, en La Puebla, donde mismo naciera Fernando de Rojas.
Cuando David Carradine no era ese cadáver con los testículos y el cuello atados a un armario, que es como murió, sino el actor silencioso y chino que interpretaba a Caine, ¡ese pequeño saltamontes en el Far West!, yo lo veía con entusiasta pasión. Me gustaban sus modos pausados, su talega (tienes más chominás que la talega de Kun-fu, decía el pueblo siempre atento a la que salta) y sus botas colgadas… ¿Para qué coño llevaría, charlie, siempre las botas atadas?, me preguntaba. La verdad es que si alguna vez lo explicó lo olvidé… Un monje shaolín, Kwai Chang Caine, se bandeaba por el Oeste a golpe de paz, de filosofía y unas leches que metía a los malos que partían la manta…, ¡y con las botas colgadas a la talega!
Uno no niega, charlie, que sea un sentimental a ratos, en momentos. Sin duda, los sentimientos nos hacen vulnerables, pero nos humanizan. La carencia de sentimientos nos embrutece y nos acerca más a lo animal que a lo racional. Te escribo esto porque no quiero despedirme de mis botas sin escribirles algo, aunque ellas lo ignoren. No son pocos quienes escriben a sus perros que no leen; a cipreses que no leen tampoco; a personas que ignoran qué sea leer.
Mis botas me las compré con una beca para libros que me concedieron allá por el año 76. Llevaba años tras unas botas APACHE, ¡pero las que hacían en La Puebla de Montalbán!: ahora las hacen Mallorca, creo. No llegaron a costarme 4.500 ptas. (27,05 euros): eso era entonces un capital… Anduve con ellas en seco y en barro, en verano y en invierno, generalmente por el campo, aunque también por la ciudad. Subí y bajé. Las engrasé mil veces. Les rompí cordones, les cambiaron las suelas en la casa… Las cosió y recosió el zapatero: acá y acullá… Las cuidé con mimo. Los cortes de las botas nunca se rajaron hasta calar: ocho milímetros de piel, son mucha piel que agujerear…
Hoy, treinta y seis años después, terminada la temporada de caza 2011-2012 las tiro a la basura porque enterrarlas me parece excederse, como hacen esas viejas que disecan el gato cuando se les muere. No, no las voy a poner en la estantería tampoco. Se van ya camino de la basura, así, tal cual, con su barro de La Cambronera donde hollaron por última vez, colgadas del cubo de la basura, como si de la talega de Kun-fú estuvieran.
Muchas gracias a quien las hizo, a mi padre que me permitió invertir ese dinero que iba para libros en botas… y a quien me presta el tiempo y que me permitió tanto patear con ellas.
Antonio
Jose’ Alcaláhttp://antoniojosealcalavique.blogspot.com.es/